El pelo dio contra su cara y comenzó a reírse.
Se reía con ganas y sin sentido. No había sido para tanto, pero ella se reía. Hasta le faltaba el aire. No podía parar.
Era una risa nerviosa que a la vez la relajaba. Le dolía la cara y las costillas. Aquella risa se volvió un reflejo involuntario, su cuerpo se reía para avisarla.
Y entonces paró, pudo coger aire con normalidad y aún hipando se acomodó en su vientre. Estaba relajada. Cómo hacía mucho. Preparada del todo para dormir, del tirón. ¡Qué bien sonaba eso! Y en ese momento, cuando sus ojos se cerraban y su mente se iba de aquella habitación para viajar por los sueños, se dio cuenta de cuánto hacía que no se reía así y de cuánto lo necesitaba.
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