Él se abrazaba a ella cada noche, se acurrucaba en su espalda y la agarraba por la cintura.
Mientras, ella imaginaba aquella melena rubia, esos ojos profundos, esos labios. Tantas risas juntas, tantos cafés y ahora esto?
No podía ser.
El sexo ya no era lo mismo.
Ni siquiera desayunar era lo mismo.
Lo veía a él, en calzoncillos paseándose por el salón y de una manera muy extraña su mente lo transformaba.
Encogía.
Desaparecía.
Y en su lugar con camiseta y las piernas desnudas, estaba ella. Sonriendo. Con su taza de café humeante entre las manos.
Qué bien sentaba el olor a café por la mañana...
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